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DE LAS PEORES EXPERIENCIAS… QUE A VECES AMAGAN CON REPETIRSE

Cuando estás enferma, te sientes inevitablemente vulnerable, y yo eso siempre lo he llevado mal. No estar enferma, sino sentirme vulnerable; porque yo, toda la vida he luchado por ser fuerte, y por llegar a las metas que yo misma me marco; y eso, sin duda, elimina de la ecuación cualquier sentimiento o sensación de debilidad.

Todo aquello que permito y respeto de los demás… que es mostrar sus sentimientos y dar permiso a su propio organismo para vivir la enfermedad y superarla desde la aceptación; yo me lo niego.

Todo esto, viene a que hubo segunda parte de mis dolencias intestinales, que me hicieron volver a pasar por quirófano de nuevo a las cinco semanas del primero. Y de la forma más amarga del mundo.

Porque, ¿sabéis? Salvo molestias que yo achacaba al post operatorio; estaba feliz, y llena de vida y energía. Trabajaba de nuevo, me fui a hacer un curso de enfermería ida y vuelta en el día a Madrid; y pensaba que había vencido, era tan fuerte… que la vulnerabilidad había quedado atrás.

Y una vez más, se rompió en un millón de pedacitos, y de nuevo una noche de lunes volvió a dolerme como el primer día. La vulnerabilidad subió varios millones de enteros.

Aparté del miedo que sentí, de la vulnerabilidad odiada que volvía, del dolor lacerante; sentí aquella larga noche dos cosas. Primero, vértigo ante la posibilidad de volver a empezar el dolor y el sufrimiento de la vez anterior; pero también una enorme seguridad y sensación de hogar. A lo largo de este último proceso también sentí y siento, una enorme sensación de vacío, y soledad -que, conste, es a priori inmerecida- que aún me acompaña.

Vayamos por partes… y obviemos el vértigo por el sufrimiento, es tan obvio que no merece la pena. Analicemos pues, la no tan obvia sensación de hogar; que parece sorprendente en la frialdad de la urgencia de un gran hospital.

Una de las cosas que te reconfortan en el mundo es tener amigos como escribí hace años, hay personas hogar. Yo tengo muchísima suerte, que no sé si es o no merecida; de tener muy buenos amigos. Amigos hogar como los Flor Villanueva. Amigos a los que se puede llamar a las cuatro de la mañana, para decirle que estaba muy jodida. Cuando, a las pocas horas, le vi, di gracias por ser merecedora de un amigo como Blas y por extensión, como toda su maravillosa familia. De pronto, sentí que todo iba a salir bien. Por tanto, y de nuevo, mil gracias por bendecirme con vuestra maravillosa amistad, espero ser capaz de corresponderla. Siento haber perjudicado sus coronarias, doctor.

Y por eso, me sentí segura en aquellas urgencias, por eso sentí que todo iba a ir bien.

Por eso y sin duda, porque el pilar principal de mi vida me sostenía la mano con fuerza y secaba mis lagrimas, mientras trataba de esconder su propio miedo. Y porque de nuevo, lo dejó todo y se entregó a mi con la misma pasión de siempre. Salva, una vez más, gracias por ser mi compañero de camino, de vida y de alma.

Es cristalina, la necesidad de señalar que mi familia; mis padres y mi hermana dieron, ya no el do de pecho, sino todas las notas. Y mis suegros dieron de nuevo, una lección de amor. Gracias y mil veces gracias.

Y la soledad…, pese a no parecer justa… responde a que la vida sigue girando cuando la enfermedad te ata a la cama; y la gente ha de seguir forzosamente con sus vidas de agendas llenas y compromisos múltiples, con las vidas de locura que llevamos cada día. Y, por mucho que te quieran, cuando la enfermedad alarga, y la situación aguda cesa… la vida sigue.

Cuando te das cuenta de esto, el corazón se entristece. Aunque hay amigos que cada día me manden palabras de aliento… y sabiendo que todos ellos me quieren, los que mandan y

 

los que no lo hacen; se hace duro que la vida siguiera sin mí y he llorado mucho por ello.

Pero ahora… poco a poco y con paso firme y decidido, con los ojos alegres y el corazón lleno de alegre determinación; encaro la vida con la gratitud de tener muchas oportunidades de ser dichosa, de realizarme y de trabajar en lo que amo, de ver reír a mis hijos, de amar como si no hubiera un mañana, y de dar gracias por esta vida tan bonita que me ha tocado en suerte

Porque pese a todo, estoy completamente satisfecha con mi vida, y con mi capacidad de vivir y amar. Porque, aunque a veces la vulnerabilidad me crispe, no dejan de ser situaciones limite en muchos años plenos y felices.

Gracias pues, a la vida, a mi marido queridísimo, a mi gran familia, a mis personas hogar, y a todos los que se han acordado de mí estos días.