Todo lo vivido estos últimos años me está impulsando mucho cambios pequeños, y muchos proyectos grandes. Me hace ser feliz de una manera cursi, poética y feroz. Quiero compartir con el mundo mi felicidad y no dejar nada para luego. Quiero hacer cosas y soñar con lo siguiente, quiero volar con alas grandes
Siempre pensamos que habrá una próxima vez.
Y es curioso: no lo decimos con miedo, sino con tranquilidad,
como quien guarda algo importante en un cajón
y se dice: ya lo cogeré mañana.
La próxima vez subo a las Torres Gemelas, dije en noviembre del 99.
Me quedé abajo. Hacía frío. Teníamos prisa.
No pasa nada, ya volveremos.
Ya no hubo vuelta.
Esa fue la primera vez que lo entendí.
La primera vez que vi cómo una frase tan simple,
tan de diario,
puede convertirse en un monumento a la ausencia.

Desde entonces, he dicho muchas veces «la próxima vez».
La próxima vez le diré lo que pienso.
La próxima vez me sentaré a hablar con calma.
La próxima vez le diré que me dolió,
que me dolió de verdad.
Que aún me duele.
La próxima vez le diré que lo echo de menos,
que me gustaban esas cenas a 8 manos,
aquellas manualidades en grupo,
o cualquiera de esas cosas que hacía
con esos o con los otros,
esos que guardo, porque no hubo próxima vez
Y algunas de esas personas ya no están.
O peor: siguen estando,
pero tan lejos, tan ajenos,
que se siente como si hubieran muerto de otra forma.
Porque a veces no es la muerte la que se lleva a la gente,
es el orgullo, el silencio, la falta de coraje,
las películas que nos contamos para no afrontar el miedo.
Hay una enfermedad que te deja en la cama,
un accidente,
una noticia que te arrebata el suelo,
y todo eso que ibas a hacer la próxima vez
se convierte en un montón de cosas que ya no.
Y te das cuenta:
la próxima vez es una mentira bonita.
Un consuelo barato.
Una forma educada de no decir «no lo haré nunca».
Y sin embargo, seguimos repitiéndolo.
Una y otra vez.
Como si la vida tuviera un botón de repetición.
Pero no lo tiene.

La vida tiene sobresaltos,
sacudidas,
finales imprevistos.
Y yo no quiero seguir viviendo así.
No quiero quedarme mirando a alguien con el corazón lleno y decir:
“se lo digo la próxima vez”.
Porque igual no hay.
Igual es ahora o nunca.
Por eso hoy, si pienso en alguien, lo llamo.
No vaya a ser que me olvide,
o se olvide de quién era;
Si echo de menos, lo digo.
Si me duele, lo comparto.
Si quiero, lo abrazo.
Porque sé lo que es perderse un instante para siempre.
Y sé lo que es vivir con la duda de qué habría pasado
si hubieras dicho, si hubieras hecho,
si hubieras sido tú sin miedo.
Y si un día me toca a mí irme sin aviso,
quiero que al menos nadie diga que yo lo dejaba todo para después.
Que nadie se quede con la duda de si los quería.
Que no haya un “la próxima vez” que me sobreviva.
La vida es esto.
Ahora.
Cruda, preciosa, imperfecta.
Llena de primeras veces y de últimas veces que no lo parecen.
Y si algún día me tropiezo con alguien
que todavía vive a base de “ya lo haré”,
que vive a medias, que guarda palabras como si fueran monedas raras,
le diré con ternura, pero con firmeza:
Vive.
Ama.
Molesta.
Cuida.
Pregunta.
Equivócate.
Abúrrete.
Baila.
Haz el ridículo.
Sé honesto.
Y sobre todo:
no digas la próxima vez.
Porque igual no hay.