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CAMBIOS: MOTOR O MIEDO

Cuando decimos que la gente no cambia, los científicos se echan las manos a la cabeza; porque el cambio, es la única constante en la ciencia. La energía, la materia, siempre están cambiando, metamorfoseándose, fusionándose, creciendo, muriendo. Lo antinatural es que las personas intentemos no cambiar, que queramos aferrarnos a lo que era antes, en vez de dejar que sea lo que es. Que queramos aferrarnos a viejos recuerdos en lugar de generar otros. 

Que insistamos en creer que, pese a los indicios científicos todo en la vida es permanente. El cambio es constante, como vivamos ese cambio depende de nosotros; puede parecernos la muerte, o una segunda oportunidad en la vida; si nos relajamos y nos dejamos llevar, puede parecernos pura adrenalina, como si en cualquier momento, pudiéramos tener otra oportunidad, como si en cualquier momento pudiéramos nacer de nuevo. 

Yo, ignorante de mí, creía no estar cambiando. 

Esta semana pasada… salí del pequeño islote que es mi hospital, en un nuevo servicio donde no me acabo de adaptar. Donde mis circunstancias personales me lastran a saltar decidida al cambio de especialidad, que antes me entusiasmaba. Fui a formarme a otro hospital donde nadie me conocía ni me juzgaba por nada más que por mi mera persona y actitud. Donde no contaba el pasado, solo lo que demostraba y preguntaba momento a momento. Y se me quiso, se me respetó, y me hicieron ver que yo puedo brillar solo por lo que valgo. Sin más, y tampoco sin menos. No deja de sorprenderme. 

Porque no hay peor juez que uno mismo. Nos insultamos, cuando algo nos sale mal, nos reprendemos. Nos hacemos de menos, y nos juzgamos tanto y tan mal, que incluso, rememoramos momentos pasados, esos que, en nuestro pensamiento, se produjo “el desastre” (cada cual el suyo) y lo transformamos de tal forma, que acabamos siendo aún peores que en la situación real. Nunca recordamos que nuestro pensamiento no es la verdad.

Este mes de agosto, en mi último post, decía 

“He perdido también mi capacidad de confrontación, cuando algo requiere de discusión me inhibo, me callo y me escondo en las profundidades de mí yo… pero no acabo de decidir si eso es bueno o malo. Aunque siempre he sido de la opinión de que no hay que callarse nada que te importe… y ahora no digo ni mu. ¿Por qué? No lo sé… Además, mi afán de “no molestar”, no incomodar… no protestar… me conduce inevitablemente a no llamar, no visitar, no opinar y ¡tachán!, no hablar.”

Y así seguimos, paralizada, callada y sin acabar de encontrar mi voz. Y eso me hace permanecer inmovilizada por el miedo. Miedo a hablar, a brillar, y a fracasar. En definitiva, miedo a todo. Recibo en muchas ocasiones, inputs de lo contrario, como decía antes. Pero eso es algo que nos pasa a todos… en mayor o menor medida. El miedo al cambio, o a la soledad, o al fracaso… siempre hay algo que nos frena, el temor a quedarnos solos, a perder a nuestros amigos, a nuestra pareja… hay tantos que no los puedo nombrar. 

Pero como se decía al principio de este texto, el cambio es pura adrenalina y nos permite volver a nacer de nuevo. 

¿Cómo querrías hacerlo tu?

El pasado fin de semana, fui a la presentación de un poemario que escribió mi profesor de literatura. Eso me removió mucho mis ansias de escribir, pero escribir de verdad… ¿lograré vencer mis miedos?

Quiero cambiar de nuevo, hacer que mi voz se oiga otra vez, terminar proyectos, y generar otros nuevos. Brillar no solo hacia fuera, sino, sobre todo, hacia mí. Que me inunde la luz y no la soledad a la que yo sola me he condenado. 

Ahora que el dolor y la debilidad asoman por el horizonte, de nuevo, a veces esas ganas de cambio, quedan en la almohada. Cada uno tiene sombras que lo lastran. Pero ¿cómo hacer que esas sombras sean palancas para cambiar? En eso estoy, preparándome para sentir esa adrenalina del cambio.

Y para acabar os dejo un poema de Maxi Alcañiz (lo siento, no puedo llamarlo Maximiliano)), mi querido profesor, para llevaros a casa algo más para pensar

NO HACER PIE
Que la ocasión me pille obrando
Pensaba yo cuando no tenía la paciencia necesaria 
para romper el hielo con las manos.

Hay mucha vida en dejar de hacer pie
o cruzar el barranco en el alambre
solo porque puedes perder, 
y de eso están hechos los umbrales.
De esa conciencia de derrota, 
todo es más liviano y menos grave.

Ser y estar a la que salta
sin un empeño que nos venza,
sin un cálculo deliberado en la ventaja, 
así yo, el descosido devenir de los acasos.

La oportunidad, que no camina erguida, 
se agazapa entre los matorrales,
repta hacia la noche.
Ese tiempo siempre espera, un nuevo comienzo amaneciendo.