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CERRANDO HERIDAS, ENFERMERAS

Cuando comencé enfermería, me sentí en el cielo.

Era aquello con lo que siempre había soñado; no me pasó aquello de desencantarme por la realidad, y aunque primero es un poquito farragoso me lo tomé como los cimientos de lo que había de ser un sólido refugio, y una cuidadora competente y preparada.

Santo Facebook y sus recuerdos de cada día, me dice que muchas veces me desesperé por haber perdido el hábito de estudio, y se me hizo cuesta arriba. Aún recuerdo a la maldita bioquímica y a aquella profesora tan entrañable que se esforzaba por explicarme ese imposible ciclo de Krebs.

Yo apretaba los dientes y estudiaba anatomía, y fisiología, junto a su «no obligatoria, pero si recomendable, cascada de coagulación»; ¿no me iba a saber yo aquello? Vamos hombre, ahí me fuera la vida.

El caso es que iba pasando curso a curso, y conociendo a personas maravillosas por el camino. Enfermeros que me han hecho adorar la profesión, Quique (Enfermero de cama) y sus palomos; Elena, Pilar Medrano, Maite Murillo y su amor por la profesión y por la investigación, Olga… en fin, muchos y muy grandes. Otros que pasaron sin pena ni gloria.

Conocí en casi todas mis prácticas a enfermeras que lo eran por convicción, por amor a la profesión, por servicio al paciente y dejadme recordar algunos nombres, de Puerto 1, mi Laura querida, Alicia y Silvia… Elena… casi todos los de allí. Gemma en la Fe, Rosa en Sagunto…

Pero también me di cuenta ya desde mi primer día como Enfermera titulada de que las zancadillas van que vuelan; que muchos son egos con piernas; y que el bienestar del paciente siempre es (para estas personas) subsidiario a su consideración. También los hay reyes del escaqueo, como en todas las profesiones; pero ¿no es en esta nuestra, algo que clama al cielo?

Entré en el MASTER, si, así, en mayúsculas, de integridad cutánea, úlceras y heridas, de la UCV, y ahí toqué techo, me di cuenta de que eso era lo mío, de verdad. Eso y el quirófano de trauma. Y punto.

Aprendí mucho, muchísimo de piel, de heridas, de lesiones cancerígenas de piel, de úlceras por presión, arteriales, venosas… de vendajes compresivos y de apósitos, de terapias de presión negativa… de investigación.

Me dí cuenta también que en este mundo de las heridas, hay más choques de ego que en casi cualquier especialidad o pseudo especialidad de la enfermería. Que todos deberíamos saber como curar heridas, pero se ven algunas barrabasadas dignas de encarcelar al «profesional» que las realizó. Y que quien considera que sabe un poco más que el resto así casi, hay que llamarle de usted por mucho disparate que diga.

Pero en este master encontré la Humanidad, de la mano de dos profesionales que, más que a curar heridas, que también y mucho, me enseñaron como lidiar con el sufrimiento de un paciente que lleva ni se sabe, con heridas que en muchas ocasiones, hacen llorar de dolor. Me enseñaron que no hay tiempos, sino que cada quien, ha de tener el que necesita; hay que hacer por él o ella, todo aquello que esté en nuestras manos.

Fede y Bego, gracias por enseñarme a confortar espíritus mientras cerráis heridas.

Y es que quiso el destino que yo sufriera en mis carnes, nunca mejor expresado, una de esas heridas,  las que más duelen, y de un pronóstico tan incierto como negro.

Acudí a Fede, y el me brindó su tiempo, su pasión, sus ganas y sus conocimientos. Pero sobre todo, me dio su cariño sincero, y no olvidaré su cara de sincera alegría a cada gran paso que se daba en la buena dirección. Como dicen «los jóvenes de ahora» se me ha quedado grabado en «la patata».

Me impresionó además que me hiciera caso, que el iba con la batuta pero yo tenía voz, y voto. Que es mi maestro oye, pero aún así… impresiona.

Hoy cuando me curaba el dedo, ya a punto de cerrar, me he echado a llorar de alegría y no podía parar. Tanto sufrimiento llegaba a su fin… pero eso es otra entrada.

Pero entre las lagrimas de alegría había también, un aprendizaje sobre lo que DE VERDAD es ser enfermero.

Yo, de mayor quiero ser capaz de llegarle al corazón a los pacientes, y no hablo de mí, sino de un 46/. Quiero, no tener horas, ni teléfono privado. Y que se me pasen las horas investigando.

Gracias Fede, por enseñarme tanto, y por cerrar mi herida.

Gracias por ser, un ENFERMERO en mayúsculas.