Menú
Buscar

CUIDANDO AL DOLOR

Empieza este post con un poema:

LA CASA DE HUÉSPEDES

Este ser humano es una casa de huéspedes.

Cada mañana hay recién llegados

Una alegría, una depresión, una mezquindad,

cierta percepción momentánea constituye

un visitante inesperado

¡Acógelos y atiéndelos a todos!

Aunque se trate de una multitud de penas

que arrasen violentamente

Todos los muebles de tu casa

Aún así, trátalos a todos con respeto.

Puede que te estén aclarando el horizonte

Para un nuevo deleite

A los pensamientos escabrosos, a la vergüenza, a la malicia,

Recíbelos a todos con risas en la puerta

E invítalos a pasar

Da gracias por quien quiera que llegue

Porque todos han sido enviados

de allende como guías.

RUMI

Rumi era un poeta persa del siglo XIII, plenamente Mindfulness.

las-manosHoy ha sido un día de catarsis, como todos aquellos en los que tengo Mindfulness, en el camino de autoconocimiento que emprendí ya hará algunos años, y que cada día forma más parte de mi vida, hasta tal punto que hasta mi trabajo de fin de carrera como enfermera, ha estado basado en esta disciplina como cuidado coadyuvante en los enfermos de cáncer.

Y no, no me he vuelto loca.

Este poema nos enseña a que hemos de «dar la bienvenida» al dolor en nuestras vidas, porque de él, y de su aceptación como parte de nosotros, dependerá que podamos «apretar el botón de reset» de nuestro corazón, aprender de él, del dolor, y andar un camino nuevo.

Si lo evitamos, si escapamos despavoridos del dolor, ocupando nuestras mentes, enterrándolo bajo capas y capas de distracciones, de muros analgésicos, lo único que conseguimos es -y disculpen el exabrupto- hacer una montaña de mierda bajo la que nos enterramos y nos marchitamos.

La resiliencia, según la definición de la RAE es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas: no sólo gracias a ella somos capaces de afrontar las crisis,  sino que también podemos salir fortalecidos de ellas.

Pero no podemos ser resilientes si nos enfrentamos al dolor y luchamos contra él. No hay que luchar contra el dolor sino aceptarnos con el dolor, con la rabia, la impotencia, el odio… el desamor. Y es ahora donde entra el mindfulness.

Y no, no me he vuelto loca, no he dicho que esto sea en absoluto un camino fácil.

Probablemente estáis pensando que o bien me he fumado algo raro, o que me he metido en una secta rara.

Bien, pues no es así.

Yo, por desgracia, he tenido que aprender desde bien pequeña a ser resiliente, porque de otra manera no estaría aquí esta noche escribiendo esto, que a muchos de vosotros os está, seguro, está pareciendo una locura.

Desde este camino vital, lleno de escollos, de lucha primero por la vida misma, después por una vida independiente y normal, mientras de lucha contra los dolores que me postran en la cama en demasiadas ocasiones, y que me hacen luchar por volver a la vida normal: de lucha por ser aceptada tal como era, con mis contras y mis pros. Y por fin, de lucha por conseguir esta profesión que ahora me dispongo a comenzar, la del cuidado de los demás enfermos; de lucha por ser esposa, madre, hija y amiga. De lucha conmigo misma, para no hundirme en la compasión de los demás y marchitarme en una cúpula de cristal, de la rabia del «¿y por qué a mí?»… desde aquí quizá pueda explicarme.

Y es que en el párrafo anterior he escrito «lucha» un total de siete veces. Y he resumido casi 37 años de existencia.

Bien, ha llegado la hora de buscar mi bienestar, de dejar de luchar.

Soy una persona fuerte, íntegra, fiel y generosa. Pero todas estas características pasaban desapercibidas para mí, porque estaba demasiado ocupada demostrando al mundo que yo podía con todo. Y eso me llenaba de rabia y angustia.

Suena muy fuerte decir que ahora me gusta el dolor. Claro que no me gusta, pero el hecho es que está y que ha formado parte de mi durante toda mi vida. Probablemente no se vaya nunca, y no solo el físico, sino sobre todo el «del corazoncito»

Pero he aprendido a que el dolor o se acepta y se incorpora para utilizarlo como una plataforma sobre la que saltar, o acaba ahogándote hasta asfixiarte y convertirte en un ser amargado.

Por esto, se que voy a ser una buena enfermera, porque entiendo el dolor, la soledad, la rabia y la impotencia. Y por eso, estoy tan orgullosa de haber conseguido la meta -que no la llegada, sino el punto de partida- de ser enfermera.

Aprender a acunar el dolor como a un bebé, es el mejor modo de calmarlo, de otro modo seguirá sin dejar de llorar, aunque te den ganas de ahogarlo porque no te deja dormir

Amparo Pérez

Si nos resistimos al dolor, solo haremos que la rabia crezca en nuestro interior. Y en este camino estoy; en aprender a reconocer mi dolor, y aceptarlo tal cual está, como parte de mí, para de este modo, aprender a vivir con él, y en mi caso a vivir de y con él.

Ahora sé un montón de técnicas de enfermería, pero para mi de nada sirve esto, si no soy capaz de ponerme en el lugar del enfermo, y enseñarle a conseguir vivir con su dolor, si es que nadie puede aliviarlo; los analgésicos no tratan la impotencia y la rabia de la incapacidad que provoca.

Por eso creo firmemente en el Mindfulness como arma de trabajo humano, porque es un arma de vida sin igual.

A mí, hasta ahora, cuando alguien o algo, me recordaban, me hacían notar mi enfermedad como un handicap; cuando ella misma, me impedía seguir con mi vida, me encendía, y me enciendo (aunque cada vez menos, por fortuna) y me resisto, y aunque tenga muchas armas, la desesperanza y la herida del desprecio de muchos me sumía en la desesperanza, y; o bien me hundía o bien me embargaba la ira más frontal, que me hace a menudo enfadarme si algo no sale como se espera, como yo espero de mi misma.

Ahora ya no salto -siempre- sino que me tomo unos minutos para aceptarme, y aceptar la situación en la que estoy en ese preciso instante, no ayer, ni mañana; y a no reaccionar de forma automática, enfadada o llorando, o con una alegría inmensa pero vacía.

Cuando me noto a punto de estallar por cualquier motivo, me paro, y analizo, acuno, acaricio, tomo conciencia y me calmo- todo esto cuesta un par de minutos- y salgo tranquila y fortalecida.

Cualquier «mal asunto» es un trampolín hacia algo mejor, seguro. Pero primero tienes que aceptarlo, si, con una sonrisa.

Y esto señores es lo que he aprendido hoy, y en estos años.

Y por eso, se que cuando te cuide, si estas enfermo, o para que no lo estés, seré una buena enfermera.

Gracias a todos los que me acompañan en el camino. Gracias Amparo, por mostrármelo. Gracias a mis compañeros de carrera, porque muchos de vosotros, aún sin etiquetar este tipo de cuidado también series «enfermeras de pie de cama». A todos mis amigos por ser parte de la luz, y a los que no lo habéis sido, gracias por ayudarme a ser resiliente. A mis padres y hermana y toda mi familia, también gracias. Gracias a ti, cariño, por darme la mano cuando me he caído, y para evitar que lo hiciera; y gracias también por hacerme saber que soy apoyo en tu camino.

Sigo y empiezo un camino personal y profesional lleno de luz y de calma. Que las cosas vengan como vengan, serán siempre bienvenidas.