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ERESA, o la máquina que no entiende de niños.

He estado pensando mucho en cómo decir lo que tengo que decir, desde que medio y hasta donde pienso llegar.

Estoy furiosa, indignada, asqueada, y triste.

¿Por qué? Pues porque mi profesión a veces, dista mucho de ser lo humana que ha de ser. Porque hay muchas «compañeras» que aún son asistentes técnicos sanitarios; porque parece que en vez de trabajar con personas, pacientes, clientes… parece que trabajen en una cadena de montaje.

Vaaaaale, me explico.

Muchos sabéis que mi pequeño ha estado con una pielonefritis -infección del riñón- y hospitalizado hace escasamente un mes. Mi hijo tiene siete años, por lo que aún no se ha recuperado del terror a los hospitales. El caso es, que hemos de estudiar con diversas pruebas de imagen la función renal y excretora.

Hacerle una resonancia magnética a un niño es una experiencia desagradable, por la sedación y demás.

Los niños se enfrentan a un ambiente desconocido, hostil a priori, con gente desconocida, y sabe, porque ya no es un bebé, que le van a pinchar, que le van a dormir. No se si sabéis que a esas edades empiezan a tener el concepto de la muerte, el miedo a ella. Miedo a dormir y no despertar. Si a eso unimos que aún no se ha recuperado de la experiencia del hospital… apaga y vámonos.

Para dar más datos, yo no soy la típica madre histérica; porque yo como niña primero y mujer después he pisado mucho hospital, y se lo bien y lo mal que se pasa. Suelo ser bastante fría para no dar alas a los miedos de mis hijos, y soy la antítesis de la hipocondría. Y para dar más datos aún, soy enferma y enfermera -nueva, si, pero lo soy- y se los favores que se suelen hacer entre compañeras. Pero esto solo acentúa el problema, porque el problema es esencialmente que se pasan las necesidades del paciente por el arco del triunfo.

Hoy en Eresa Centro Médico Quirúrgico, mi hijo tenia cita para una resonancia con sedación. Hoy, viendo a un niño aterrorizado, se lo han llevado en brazos, un señor desconocido, mal llamado médico, sordo ante los chillidos de terror; ni médicos ni enfermeras han tenido la gentileza de darme sus nombres, y han sido inflexibles. Nos han echado de allí sin ni siquiera escuchar a unos padres, ni escuchar las peculiaridades de un paciente, ni a sus necesidades. Ni tan siquiera por cortesía profesional.

Nos han echado de allí, decía, mientras a mi espalda oía gritar a mi hijo.

Quince minutos más tarde, ha salido una ATS -esa persona, lo siento en el alma, no se puede llamar enfermera- a decirnos que el niño se había portado muy bien -no conoce a mi hijo-, y que ya estaba dormido, ahora está tranquilo, dice (cómo para no estarlo). Ante mi increpación ha dicho que, según su experiencia es lo mejor para los niños, y que ella tenía un hijo enfermo y eso a veces pasaba.

Dudo mucho que tenga un hijo enfermo. Me suena a milonga. Y si de verdad lo tiene, pobre niño, porque su madre es menos humana que una planta de plástico. Precisamente por eso debía comprenderme, empatizar. Pero creedme si os digo que era como si estuviera dando la información horaria, o estos anuncios del aeropuerto… «Vuelo ib45678 con destino a «ahitepudrasbonita» va a efectuar su salida». Le importaba «nada» que estuviera llorando, porque ni me miraba ni me escuchaba.

¿»Su experiencia»? En serio, no se dónde se habrá sacado el papelito de ATS, pero parece que en vez de unos 35 años tenga 100, de cuando todavía se practicaba la atención «por proceso» y les importaba un pepino el bienestar del paciente.

En mi escasa experiencia he visto varios quirófanos infantiles pero en los cuatro que he visto, se permitía entrar a los padres hasta prácticamente la puerta del quirófano, o de lo que se llaman «las acogidas quirúrgicas» y se marchaban cuando el niño estaba sedado, porque eso, dicen los estudios, ayuda al niño y mejora la sedación y el despertar; y también a los padres. También he visto esa misma política en servicios de rayos, por la misma razón, fijénse.

Deben estar equivocados todos, porque la experiencia de esta enfermera, muy sabia ella, dice que es mejor que los niños pasen 10- 15 minutos aterrorizados, porque se portan mejor. No me queda más que afirmar que es más rápido obviamente, que no pasen los padres, y así les de igual cómo tratar al niño, más fácil y más rápido.

Todos pensaréis que solo habla la madre «latina» que hay en mí, y es cierto, ella habla. Pero también una enfermera que cree que un paciente es único, y que se ha de prestar atención a sus circunstancias particulares. Una enfermera que ha visto las nuevas tendencias en sedación infantil. Una enfermera que ha estudiado la, cada vez más extendida corriente de atención sanitaria de puertas abiertas.

Eso, sin contar con la cortesía profesional tanto de médicos como de la «enfermera», que no ha salido a acompañar al niño, no se si por miedo o por -espero- vergüenza.

Muestra de qué poco les importaba nuestra presencia, y de cómo les había calado de hondo que fuéramos sanitarios ambos… se han puesto a recitarnos con la lista de los reyes godos, las instrucciones de tolerancia tras la sedación; y yo he dicho «ya ya lo se», y ellos han continuado la lista sin escuchar.

La única que se salvaba era la compañera de la primera que por lo menos ha sido capaz de ser cariñosa con el niño.

Lo peor de todo, es que tu hijo te diga llorando después «mamá me has traicionado, has dicho que estarías conmigo y me has mentido». Entonces ya, se te rompe el corazón y la furia te inunda, a partes iguales.

No se si es la empresa o la propia falta de humanidad de los susodichos, pero me ha dado verdadero asco y pena a partes iguales. Señores de Eresa, deberían avergonzarse.

Fijénse que cuando he entrado he dicho, mira, este sería un buen sitio para trabajar. Bien, ni muerta, porque me despedirían por ser humana.

Una madre y una enfermera