Las jaulas siempre lo son; aunque sean de cristal. Yo siempre he sido de romper cristales, aunque me corte haciéndolo, aunque sepa que corro riesgos. ¿Pero qué vida más aburrida y lamentable es aquella que no tiene la emoción de lo desconocido? Transgredir normas, explorar límites, y sobre todo, descubrir tus propias reglas y saber hasta donde puedes llegar es un trabajo que nadie puede hacer por ti.
Caer y levantarse tampoco es una tarea muy fácil de llevar a cabo; mucha gente, la que va por el camino de baldosas amarillas, buscando el arcoíris y sin explorar las orillas del sendero, tiene tanto miedo a caer que nunca se arriesga, ni corre, esquiva el peligro.
La gente, muchas veces corre algún riesgo y apuesta por su vida, emprende, crea, en una sucesión maravillosa de evolución humana. Pero es posible que en algún momento encuentren piedras en el camino, una escalada sin apoyos, un perder pie. Forma parte del riesgo; pero a menudo en el ímpetu del progreso, muchos no sabemos aceptar traspiés, retrasos, o los quiebros que tiene por costumbre, brindarnos esta estúpida vida.
Decía que estoy acostumbrada a romper cristales, también a saltar obstáculos. Si a mi me dicen, por ahí no puedes ir; significa inmediatamente que yo iré por ahí, tardaré más o menos, pero al final, lo conseguiré.
A golpe de pasarlo mal, a golpe de sentir puertas cerrándose en mis narices, a golpes de que no me vieran capaz de hacer miles de cosas, tenía dos opciones; quedarme quieta en mi jaula de cristal; dar vueltas en una rueda de hámster o hacer de la necesidad virtud.
Y así, poco a poco, mediante un proceso de años, con subidas y bajadas, depresiones y alegrías; pero siempre conquistando pequeñas metas que sabían a gloria. Sin hacer ruido, o gritando mucho si se terciaba, fui escalando mis propias montañas; silenciosa fui tirando piedras para no perder mi camino, ni dejar de avanzar para conseguir mi meta.
Cuando no eran las personas que me rodeaban, y que por amor me impedían sacar mis alas… para que no cayera; era mi cuerpo el que me jugaba malas pasadas; el que me hacía perder pie, avanzar hacia el abismo. Pero era entonces, desde el fondo del precipicio cuando más soñaba, cuanto más alto volaba mi corazón, cuando más apretaba mi mandíbula con la decisión más firme.
Tengo buenos apoyos, un compañero de viaje infatigable, gente que me quiere, y Amigos de verdad. Pero, desde hace una temporada, unos años, tengo gente que me respeta por lo que soy, por como trabajo, por mi valía personal, por lo que demuestro día a día; por como trato a mis personas, por como pienso… sin más, ni tampoco menos. Lo que se “supone que puedo hacer” solo está en la mente de unos pocos.
Y por eso, ahora soy más feliz que nunca. Cada día me supero, soy más fuerte y mejor. Cogí el impulso de la caída al último abismo en el que tuve que bajar, para subir con más fuerza, con más ambición y con la cabeza siempre alta. Cogí lo malo, y lo usé para tener lo que quería.
Naturalmente soy consciente de que no gusto a todo el mundo, ni tampoco así lo pretendo (aclaro que tampoco a mí me cae bien todo el mundo); voy de frente y aunque no busco enfrentamientos, no me callo lo que pienso. Me gusta ir por la vida sin levantar ampollas, ni hacer ruido, ni daño; solo que, tampoco permito que me lo hagan a mí. Eso, si que ha cambiado mucho.
Ahora no me abandono, he aprovechado que perdí peso para ponerme alas; para apretar los dientes y mantenerme en forma, fuerte y saludable; no me abandono, hago deporte cuando mi mente me pide dormir, como brócoli en vez de pasteles; sueño en vez de llorar. Persigo mis sueños y lucho por conseguir mis metas. Lucho por la gente a la que quiero. Sueño en mundo en el que reina el amor, pero peleo porque no reine el odio, porque la gente que me importa de acaricie en lugar de pegarse.
Soy una persona querida por mucha gente y una profesional respetada por pacientes y compañeros; por sus maestros, y por quizá, alguno de sus alumnos. Estoy en forma y aunque físicamente estoy a veces cansada; son la sonrisa y la determinación las velas que guían mi vida.