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Sigamos soñando con el corazón

Seguimos soñando con el corazón

            Vamos a seguir soñando con un mundo mejor, debo varios post y alguno en particular, a un amigo muy especial. Es por ello que vamos a dejar por el momento, mi bici eléctrica aparcada con el dron en la cestita y vamos a soñar con el corazón esta vez. 

            Y es que aquí, la que suscribe, se pasa la vida hoy por hoy entre libros, cursos, oposiciones, y cama, mucha cama. Pero no en su acepción más lúdica, sino en la más “forzosa”. Y ello, va en contra de mi esencia, pero es lo que hay, y lo que hay es lo que habrá que aceptar, para crecer desde ahí, sacando la parte positiva, la bata de cola con lentejuelas para brillar en los peores escenarios, no por ello exentos de encanto. Porque son esos escenarios, los que te convierten en una gran artista, en una gran persona; como dice el refrán “ningún mar en calma hizo experto a un marinero”. Y como yo nací soñando en grande, me encantan las tormentas… 

¿Veis la bata de cola bajo la manta?

            Y sobre todo estoy cumpliendo sueños, pequeños y grandes sueños. Los pasados quince días, he cumplido dos de ellos. 

El primero, ser nombrada presidenta de la asociación científica de la que tengo el honor de formar parte desde que acabe la facultad, y que tantas alegrías como trabajo ha traído consigo. Afronto este privilegio con toda la humildad, el respeto y ganas de trabajar del mundo; forma parte de esos sueños cumplidos de mis posts anteriores, y que, aunque aparentemente, no llega en un momento idóneo; los sueños llegan cuando llegan, y en mis manos; llenas de esperanza, de fuerza de voluntad (que se llena, a que engañar, a veces de pasajera desesperación) y la purpurina que llena de brillo mi espíritu, que pronto estará listo para volver a brillar. Brillará mi espíritu y lo usaré para seguir llevando la sociedad que ahora presido, para siguiendo la estela de mis antecesores y maestros; llevarla hacia el futuro con humildad, pero con el alma de una aventurera.

Nueva Junta de Anedidic

El segundo, que quizá os parezca tonto, ha sido vivir una noche mágica en el colegio que me enseñó a ser fuerte, a sacar el espíritu con el que nací; pero que se desarrolló en muchos aspectos en la lucha diaria en el campo de minas de mi etapa escolar. Y no en el área de la vida académica sino en el de la pura vida. Acepté dar el discurso del aniversario, recordemos que para mí un micro es la antesala a la bata de cola, y mi “nacida para brillar”. El discurso, escrito a cuatro manos y dos corazones, el mío y el de Miguel, decía en un corto extracto, tal que así: 

“Aprendimos, quizá por un mal entendido instinto de supervivencia, a ser crueles, y con ello hicimos que, para algunos de nosotros, el colegio no fuese aquel lugar seguro que siempre debió ser, pero que nos enseñó a ser más fuertes, os lo digo yo. Nos visitó también el amor, claro, o lo que nosotros creíamos que era el amor. Corrimos, jugamos, reímos, formamos tribus, nos protegimos. También, por supuesto, lloramos, quizá más veces de las que hubiéramos querido. Fuimos descubriendo, en definitiva, lo que era el mundo, de qué se trataba aquello de vivir en sociedad.”

Yo, que nací para artista

            Y es que, para mí, el colegio no fue un camino de rosas, pero si un inolvidable camino de enseñanzas, con algunas sombras jorobadas (de esas chungas de peli de mediodía, o una versión más suave de la película Wonder), pero también con muchas luces. Porque de ahí, de esos lodos, se empezó a esculpir lo que soy; y prescindiendo de la malentendida humildad, a hacerme la gran persona que soy, la persona fuerte que soy y que sabe apretar los dientes, que escala montañas, aunque a veces, como ahora, se tenga que sentar a esperar a recuperarse; pero no lo hace sin más, sino que aprovecha para aprender más y a hacerse mejor persona, más fuerte, más asertiva. 

Pero el pasado viernes, veinticinco años después, se habían olvidado todas aquellas ridículas rencillas, todas esas cosas que antes nos parecían un mundo y que ahora, incluso recordamos con cariño. Vi a algunos de mis mejores profesores, y supe de muchos otros a los que guardo como tesoros en mi corazón. Mágica noche donde volví a ser pequeña, con la madurez de ser mayor. Donde se dieron muchos abrazos, muchas risas y alguna que otra lagrimilla. Reencuentros mágicos como Maxi, profesor responsable de mi amor a la literatura, artífice involuntario de la existencia de este blog.

Grandes referentes

Perdones innecesarios a aquellos que alguna vez consideramos nuestros “enemigos”, mientras que ahora la vida se encargó de poner cada cosa en su lugar. Palabras bellas, susurradas al oído, con amigos del colegio, nunca dichas antes, aunque sabidas; y que, sin duda certificaron que la más bella y duradera amistad, no necesita de nada más. Y si, con mi micrófono de estrella de los mares, sin el cual nada hubiera sido igual… recordamos que nací para estrella y ya me quité el disfraz de patito feo. ¿Quién hubiera pensado en mi época escolar que fuera yo la que diera este discurso? Impensable. 

Bonita noche, en la que, tras la cena, la estrella se disfrazó de Cenicienta opositora… y que, además necesitaba cama y descanso.

            Y todos estos sueños, vividos en una época que debería ser solo pesadilla, me ayudan de nuevo a entender que, por muy mal dadas que vengan, si tienes ganas de superarte, puedes hacerlo. 

¿Cómo?, bien, hacen falta algunas armas. Hace falta tener sueños y querer cumplirlos, poniendo los medios a tu alcance para conseguirlo; eso es esencial, la ambición y el respeto por tus propias posibilidades. Porque, sin respeto hacia uno mismo no puedes ni crecer, ni olvidar, ni perdonar, ni por supuesto soñar.

Para respetar y ser respetado no puedes olvidar la condición primera, el respeto hacia ti mismo y hacia tus propias posibilidades. Cuando sigues creyendo que, de alguna manera, sigues siendo el patito feo, o que no eres igual de bueno, o incluso más que los demás en algún campo; no serás capaz de hacerte respetar, no levantarás la voz con autoridad ni te verás capaz de reclamar lo que, por justicia, o simple merecimiento, es tuyo, lo que te pertenece, no serás capaz “de coger el micrófono” y de alzar la voz para defenderte, de crecer como persona.

El cisne que soy y no era capaz de ver

Soy una de las mejores personas que conozco, y no solo porque me lo diga la mayoría, como así es; es porque solo yo sé lo que soy capaz de dar, de hacer por la gente que me importa. Y ahora que, por circunstancias, no puedo llegar a hacerlo, hay veces que la impotencia me corroe. Por eso mi bicicleta soñada está de nuevo aparcada, pero no dejo que el polvo del olvido la cubra, sino que limpio y renuevo esa ilusión cada día que pasa. 

Siento impotencia por no poder hacer lo que creo que es mi esencia, Y aún así sigo pensando que es mágico; pobre de mí y mi disfraz de patito no olvidado del todo; que cuente con tanta gente, que es igual de buena -persona- que yo y que se deja la piel por mí bienestar, que me quiere tanto; y al darme cuenta no puedo evitar que se me salten las lágrimas. 

            Creo pues, que el respeto que siento hacía mí misma y hacia lo que soy, es imprescindible para alzar la voz, cuando mi alma siente que me faltan al respeto debido; este no puede darse sin que exista el primero, o sin que esté debidamente grabado en mi mente. Y consecuentemente, estoy convencida de que ese respeto lo que marca el limite de darme a los demás. 

El cuidado hacia ti, hacia tu alma y tu propia esencia, que lo vale todo; es el límite a marcarle a los demás. Por muy generosa que seas, no debes nunca traspasar ese límite, eso se encarga de enseñártelo la vida a menudo a bofetón limpio; y eso que a mi me cuesta dejar de darme, pero no puedo estar dispuesta a perderme. 

Imaginad la tragedia, que se perdiera la estrella de bata de cola, micrófono, pluma que escribe best Sellers y enfermera que cura piernas y almas… el mundo sería triste de la leche… ahí lo dejo.

Así pues, hablando de nuevo un poco más en serio -aunque no mucho- y concluyendo; la lealtad primera debe ser hacía uno mismo siempre, como el respeto y el amor propio. Ellos son, sin duda, los que generarán la lealtad de los demás y todo el amor del que disfrutas, que es mucho más del que crees y de más personas de las que imaginas. Y también ellos, la lealtad y el respeto a ti mismo, serán los que te hagan capaz de luchar contra las putadas del mundo, que vendrán seguro y a alzar tu voz para luchar por lo que amas, a perdonarte y a perdonar.

Todo ello es mi ley motiv. ¿Cúal es el tuyo?