AVISO, SPOILER: esta entrada es intensita… de forma que, si no te viene bien o no te apetece… cierra y vete a tomar un cervecita; que tampoco está de más.
Hoy hace dos días que regresé a casa tras 16 días de ingreso hospitalario. No voy a entrar tampoco en diagnósticos y detalles truculentos, que esto no es prensa amarilla. Solo diré que fue patología intestinal que requirió de cirugía de urgencia, y que me las vi, digámoslo así, bastante cuesta arriba en bastantes momentos.
La noche del 1 de abril empecé a sentir un dolor abdominal muy fuerte. Yo siempre he sido de la creencia de que dándole tiempo y algún calmante a las cosas, ellas solas se van. Pero aquella noche… las cosas iban de mal en peor, así que cuando sonó el despertador de mi amor, puse en marcha la alarma de verdad. Como íbamos al hospital, me dijo, llévate algo que seguramente te quedes ingresada… yo no hice caso, unas horas y ya, dije. 17 días fueron.
Acudimos a la Fe, porque temíamos que pudiera ser quirúrgico, y allí está el mejor cirujano que podía querer en la vida, y mis médicos de siempre para prepararme ante la cirugía, pero luego pasaré al cuerpo de esta entrada… los agradecimientos.
Solo diré que cuando estás en un hospital preguntándote si ese dolor tan grande es posible sobrevivirlo… y incluso te planteas si lo harás; la vida te cambia mucho. Nunca me he sentido tan vulnerable y débil, y a la vez tan bien cuidada como en esta ocasión; y creedme, que no soy nueva en estas lides.
Muchísima gente os estáis enterando ahora… bueno, lo siento. La cosa estaba demasiado mal, para andar avisando de algo y además, no quería ni podía ver a nadie por allí. Solo se fueron enterando aquellos «de diario»
Y ahora llegamos a los agradecimientos, ante todo y principalmente, dar las gracias a mi marido. Sin él no hubiera superado el ingreso ni tampoco la recuperación que se plantea más lenta de lo que me gustaría. Sin su apoyo, su mano, su sonrisa y su calor, la cosa hubiera sido mucho más difícil de soportar. Por eso no doy crédito a la suerte que tengo de tenerlo a mi lado, por eso me maravillo de la suerte que he tenido. Pidió permisos que se quedaron cortos, dobló y renunció al descanso… e hizo un esfuerzo sobrehumano; todo ello sin que yo le viera la cara de angustia que tenía realmente; veía siempre esa sonrisa y esa fuerza que me impulsaba a seguir.
Y por supuesto como siempre, gracias a mis padres y a mi hermana, por dejarlo todo también, por cuidar de mis hijos, por hacerme sentir que, también ellos estaban (y estarían) todo lo seguros que cabe esperar. El hecho de que siempre lo hayan hecho, no quiere decir que no se merezcan toda mi gratitud eterna. Y más después del trago tan duro que, hace no mucho, hablamos vivido en la familia.
También hicieron guardias mis suegros, y me hicieron sentir segura y tranquila, cuidada, y sin obligaciones, solo ocupándome de querer curarme. Gracias y mil veces gracias
«El peor día», estuvieron a ratos, todos allí, aunque yo no lo recuerdo demasiado bien.
También sé, ahora, que mi gente de diario, no venía e intentaba que, sin molestar, alguien, en este caso, mi santo marido, los tuviera, con partes diarios, al corriente. A todos vosotros gracias, por estar sin estar, porque os sentía cerca.
Gracias a mis hematólogos, por estar y dar siempre lo mejor de sí mismos para todos los pacientes y para mí, «la poco común». Porque por muy duro que se lo ponga, siempre dan el do de pecho. Porque Nino y Ana, junto a Jose, mi internista preferido; afrontan con una sonrisa que les ponga el Harrison del revés.
Gracias al personal de enfermería de la G5, porque en su mayoría me trataron de la forma en la que yo intento Tratar a los míos, de forma, humana, generosa, amable y paciente. Y ojito, que yo era compleja hasta decir basta.
Y por último, gracias a ti Blas, que seguro que mi rubia, te estará leyendo esto. Te has convertido de vecino, y compañero, a amigo y ahora y para siempre; en mi ángel de la guarda. Yo solo podía pedir que me operaras tu, pero hiciste muchísimo más que eso; me tomaste de la mano el primer día, y me despediste el último. Y bien se que te produje muchísimos quebraderos de cabeza; pero lejos de desanimarte, cada vez te implicaste más. Solo te puedo estar agradecida por haber aparecido en mi vida, y haberla salvado de paso. Gracias, ahora y siempre. Y a Clarita, que es una fuerza de la naturaleza amiguil, por habernos juntado.
Ahora, me queda recuperar fuerzas, comer, y volver, poco a poco, a mi vida de antes, a cuidarme más y a trabajar con más calma.
Gracias a la vida… porque pese a todo… es maravillosa.
Y gracias porque de todo se aprende.