Jamás soñé con que mi anhelo de ser madre se hiciera realidad. Eso se lo debo a la suerte de haber conocido al compañero más generoso y bueno del mundo, al tesón de haber conseguido su amor y compartir mi vida con él y a la cabezonería de ambos al nunca rendirnos ante la dificultades, que muchas veces nos forzaron a tirar la toalla…casí.
Yo seré mejor o peor madre y esposa pero daría mi vida por ellos tres por encima de mi y también del resto del mundo, porque ese mundo solo me ha demostrado odio y rencor, una incapacidad de “actuar porque si” que me abruma. Y esto va incrementándose como una metástasis cada día que pasa. Cada día además me doy más y más cuenta de que son lo único que tengo en el mundo
Hablemos un poco de lo que significa la maternidad para mí, para que, de esa manera, pueda explicar el origen la amargura que me ahoga, en relación a mi familia, digo mis padres y hermana, y también a mi familia política. Pero de momento hablemos de mi filosofía general, de los principios que me han guiado durante mis casi treinta y dos años de existencia.
Una madre que pueda, según los parámetros que marca el sentido común, considerarse normal y cuya vida no gire en torno a su ombligo entenderá que siempre, y lo primero son sus hijos, por encima de si misma, por encima del mundo.
Y pobre de aquel que ose hacer daño tu hijo de cualquier manera, (entiéndase física o psicológicamente) que, seguro, se enfrentará a la furia uterina de su madre, lo cual no obsta para que si el hijo en cuestión ha hecho algo malo, deberá su madre aplicar como crea conveniente y según su línea educacional (más o menos rígida) el correctivo adecuado.
Esto último digno del modelo educativo de Laura Engels en su escuela de hace cuarenta años, es algo que hace que los niños tengan valores y respeto hacia los demás que no crean “que todo vale”. Pero nunca jamás, le faltará al respeto, porque eso formará a un niño inseguro, que jamás creerá en su propia valía.
El respeto ha de ser una senda de doble sentido, de lo contrario, nunca existirá, será miedo, o quizás incluso odio.
Así me educaron mis padres, aunque ya ni siquiera eso es un valor seguro. Parece que ahora el respeto solo tiene un sentido, y eso crea rencor, porque me están arrebatando uno a uno los valores sobre los que edificaron mi personalidad, unos valores que había que respetar por encima de todo.