Película, de Roberto Benigni. Por favor si alguien no ha visto esa película, que la vea, merece la pena.
La vida es bella, un titulo que promete. La vida es bella… una expresión que se contrapone directamente con mi visión de la misma. ¿Qué por que la saco a la palestra? Quizá si alguien me escucha o me lee alguna vez durante el tiempo suficiente llegue a entenderlo alguna vez, si tiene un poco de paciencia.
He visto esa película alrededor de veinte veces, sin exagerar, la primera en el cine de Segorbe (gaste los pañuelos de todos mis amigos) y Javi juró que no volvería nunca al cine conmigo.
Siempre que la he visto he llorado, y me he emocionado, he sonreído, en las mismas escenas, una y otra vez.
Pero hasta hoy no he entendido que es lo que la película me aporta en realidad, aparte de su evidente maestría y belleza.
La vida es bella me aporta paz y felicidad, pero sobre todo me llena de esperanza, el deseo intimo de que por muy mal que vayan las cosas, por desesperada que este (Dios sabe que lo estoy) y aunque me encuentre en un callejón sin salida, siempre hay una posibilidad de enfrentarse a eso, por muy malo que sea, con magia y una sonrisa, y que así quizá la vida de alguna manera te compensará, aunque hayas dejado mucha amargura por el camino.
Te compensará con la sonrisa y el amor de un niño, o de dos… que te recordaran como una persona bella que aporto magia y cariño a su vida, como Güido hizo con Joshué, incluso pagándolo con su vida.
Un “buenos días princesa” adaptado a cada caso puede llenar de luz la cara de una persona, y eso es lo más bello del mundo.
Solo hubo un Holocausto, y hasta ahora nada se puede comparar jamás a esa barbarie humana. Nada, de nada, nunca, será igual a aquello, ni siquiera las Torres Gemelas o las Guerras de Irak, o la eterna Israel vs. Palestina, ni mucho menos Guantánamo, pese a que todos estos hechos sean horribles. En eso radica la maestría de esta película, que de algo tan horroroso como aquello, hace una historia bella, llena de esperanza, magia y bondad, sacrificio con una sonrisa en la boca.
Nos da una preciosa lección de amor, que el Joshué adulto le agradece a su padre, que dio la vida por él, haciendo del horror más absoluto un divertido juego, pero sin esconder al adulto espectador ese horror que oculta a su pequeño.
Hay también otra lección de amor en esta película, una lección de la fidelidad llevada al extremo, del amor de una esposa, Dora, que no siendo judía sube al tren que la lleva al campo de exterminio para estar junto a su familia a la que tampoco puede ver. Solo sabe que Güido y su pequeño están vivos por pequeños gestos, como la música de opera, de “su opera” que Güido consigue hacerle llegar a través de la noche a través de la oscuridad del campo. O cuando se juega la vida para mandarle un “Buenos días princesa” a través de la megafonía y hace que el pequeño Joshué le diga a su madre que “van a ganar el concurso”. La vida sería más bonita si hubiera más pequeños gestos
Si alguien no ha visto esta película le voy a contar el final. Es evidente que Güido muere, el último día de la guerra, el mismo día del desembarco, lo cual no deja de ser irónico, al intentar reencontrarse con Dora.
Le ordena a su pequeño, que “para ganar el concurso” cuyo premio es un carro blindado de verdad, cuyo verdadero premio es la vida, ha de esconderse y salir solo cuando haya silencio absoluto, porque así ganara los sesenta puntos que lo separan de la victoria. El niño se esconde en una caja de metal, con una pequeña apertura para los ojos.
A partir de aquí ya no puedo parar de llorar, pero no solo de pena, sino también de alegría y de paz, de gratitud hacia aquel hombre.
Cuando lo atrapan, y el alto mando alemán le dice al soldado que lo va a ejecutar, que lo haga “en un sitio más apartado”. Al pasar, seguido por el soldado, con el arma amartillada contra su espalda; llega frente a la caja donde se esconde Joshué y sabiendo que lo está mirando, se despide de él con la mirada, y le guiña el ojo, haciéndole pensar que aquello es parte del juego, e imita el paso marcial (de ganso) haciendo que el niño ría.
Cada vez que veo la película sigo deseando que le soldado no lo mate de verdad, pero claro que lo hace, eso no era un juego.
Joshué en efecto obedece, y solo sale de su caja cuando los últimos alemanes huyen del campo y los últimos prisioneros salen andando renqueantes hacia la libertad.
Sale y se encuentra absolutamente solo en el campo, observa curioso lo que hay a su alrededor, sin entender nada, de lo que ha pasado, pero sin miedo en sus ojos, solo hay… curiosidad. De pronto oye el potente ruido de unos motores y ve con la boca abierta de ilusión e incredulidad lo que su padre le había prometido, un enorme carro blindado. Este se detiene a escasos metros de él, que dice, con la cara arrebolada de felicidad “¡¡era verdad!!”
Ese momento es el más enternecedor de todos, porque la fantasía de su padre, la que le había mantenido con fuerza e ilusión durante aquel periodo de hambre y miedo, de pronto es realidad, ha “merecido la pena”
Del carro, sale un soldado americano con cara amable, que al verlo solo lo sube con él al carro, y lo saca del campo. El niño está loco de felicidad porque va “en un carro blindado de verdad”, mientras adelantan a centenares de refugiados. De pronto desde arriba ve a su madre, a Dora. El soldado manda detener el tanque, y Joshué corre llamando a su madre, y cuando la abraza le dice que hemos ganado, que hemos ganado mil puntos y volvemos a casa en un carro blindado, que si no es para morirse de risa.
La madre no para de llorar de felicidad, recuperando a Joshué, también ha recuperado a una parte de Güido, un padre al que el hijo todavía no es consciente de haber perdido todavía, pero una voz en off del Joshué adulto dice “este es el regalo maravilloso que me dio mi padre”
Dejando ya de lado el comentario de texto e imagen, os contare porque quisiera ser Güido, Dora y Joshué, el verdadero propósito de contaros este fragmento de película, la más dura y la más tierna.
Mi querido Joshué, es el más fácil de analizar, es inteligente, pero se deja llevar por la inocencia de sus cinco años, sabe mucho más de lo que dice, pero se hace el tonto, primero para hacer feliz a su padre, que se esfuerza en que no tenga miedo, y porque es más fácil refugiarse en ese mundo de feliz fantasía. Bien, yo no tengo cinco años, pero mis cinco años no fueron fáciles. A veces me gustaría poder ser Joshué, y refugiarme siempre en ese mundo de feliz fantasía, que aun siendo consciente de lo que pasa a su alrededor, le permite ser feliz
Mi padre, esa persona a la que adoro, piensa que vivo en ese mundo de fantasía, pero no es así, ni ahora ni nunca la vida me ha permitido olvidar quien soy y porque. Peor él a menudo peca de… “exceso de sabiduría” Me gustaría pensar que después de tanto sufrir por tener lo que tengo (no lo material, ya dije al principio de esta historia que no hablamos de materia sino de espíritu y felicidad), por haber conseguido el único fin que tenía mi vida, tener hijos, de tener a mi marido, que a su manera me quiere, y de haber sobrevivido, me gustaría volver a tener los cinco años de Joshué, por una temporada, poder cerrar los ojos a la crueldad.
Dejarme arrastrar por los sueños de una persona, que intenta protegerme en vez de echarme a los leones, que me muerden ya sin su ayuda. Dejarme mecer por el abrazo cariñoso de alguien que me diga que todo va bien, que todo es un juego, y que pronto todo va a terminar. Alguien que sin regalarme su vida (al fin y al cabo esto no es una peli) me regale sus sueños de fantasía, que hagan que la supervivencia sea un poco menos dura. Sobrevivir es luchar sí, es cierto. Yo misma lo he visto y lo he padecido durante ya casi treinta años. ¿Pero hay alguna manera de vivir sin furia? A Joshué se lo enseño su padre y yo espero enseñárselo a mis hijos.
A mi pequeño héroe, su padre le enseño a obedecer mediante el juego, le hizo del juego de la supervivencia, un camino divertido para obedecer las reglas, las reglas mismas eran parte de ese juego de la vida, si no seguías las reglas “te eliminaban”, gracias a Dios, eso ya no es así, pero pierdes mucho si te saltas las reglas.
Pero tampoco hay razón para hacer que seguir esas reglas sea una tortura, podemos intentar que se convierta en un juego divertido y reconfortante, con un”tanque” esperando al final del camino lleno de sacrificios. No olvidemos que ese pequeño, pre-campo de concentración era un niño obstinado y cabezota, aunque muy inteligente
Un carro de combate al que seguirán muchos otros desafíos en la vida del Joshué adulto, que por fin entiende lo que papa hizo por él, un niño que yo no lo es tanto obligado a vivir una posguerra, a vivir sin ese maravilloso ser que le regalo la vida en forma de carro blindado, a ganarse el pan y la vida.
Espero que ese Joshué adulto aprendiera de su padre a enfrentarse a la vida y las reglas con una sonrisa y esas ganas de vivir, de comerse el mundo y de tener esa fe ciega en que se puede vivir y triunfar sin amargura, a conseguir lo que uno quiere sin pisar a quien se ponga por delante, sino simplemente con un “Bueno días princesa”