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SOBRE IDEALES Y PREJUICIOS (TOMAR PARTIDO 2ª PARTE)

Mientras que tu única razón ha sido siempre la de que todo el mundo sea feliz y de que nadie sufra, que trabajen firme, pero a gusto … porque eso te hace feliz a ti, porque no eres mártir, no quieres serlo, simplemente tomas partido, pero no por ti misma, sino por causas que consideras más importantes
Tampoco me cansaré jamás de luchar por las causas justas, sean o no propias (si me piden ayuda, o simplemente veo a alguien desesperado), si hay una posibilidad de luchar contra una injusticia, lucharé con molinos de viento y me encomendaré a quién fuera necesario, dios o demonio, siempre que, primero vaya conforme a mis principios, y segundo la causa sea por una inmerecida injusticia.
Suelo (o solía, porque cada vez más la vida me va llenando de rencor, y este trae junto con la envidia a estos) odiar los prejuicios. Te impiden conocer a gente maravillosa, que en un principio, puedes juzgar erróneamente, por causas tan estupidas como su apariencia, forma de hablar, su forma de vida, situación económica o su “aparente” estado de salud o inclinación sexual.  Por ese motivo suelo darle a la gente la oportunidad de darse a conocer.
Siempre he sido victima de prejuicios debido a mis cardenales por todo el cuerpo, o mi apariencia enferma. Bien, ellos se lo pierden, aunque ello no impida que me hagan sufrir.
Comparo los prejuicios con la ropa. Tengo mucha ropa, más cara o comprada en mercadillos, no tengo Chanel, ni Dior, ni voy a las millas de oro a comprarla, no lo necesito, por contra, tengo más ropa y de índole más diversa que me permite mimetizarme en los diferentes ambientes en los que me muevo. No juzgo a la gente, ni la clasifico, en función de cómo se vista, o donde y como se peine o arregle. Me fijo, eso si, en si se siente bien con lo que lleva puesto, o de algún modo aparenta ser lo que no es.
Ricos que se visten de hippie, o clases medias que se arruinan para parecer ricas y codearse con Koplovics de tres al cuarto que se crean reinas/reyes de su feudo imaginario. O aquellos que se rompen los pantalones y rasgan sus camisetas nuevas, no sea, que los confundan con los de arriba, pero que se creen en posesión de la ley de su, también, feudo (poblado, sindicato, pandilla callejera o banda del patio). El tercer grupo antes ya citado, de las “peque Koplovic” que te miran te arriba abajo, arrugan la nariz y dicen “este no es de los míos”.
Comparo los prejuicios con la ropa y concluyo que  estos existen en la gente como en su ropa, contra más extrema por lujo, o desaliño, más rico en prejuicios es aquel que la lleva.  Y, eso por descontado, se pierden a gente maravillosa, porque visten de forma opuesta a ellos, y eso es imperdonable…
Antes dije que había sido víctima de los prejuicios (y aunque yo prejuzgue, porque está en mi humanidad imperfecta, como la de todo hombre o mujer), e intento alejarlos de mí empezando de cero con la persona que tengo delante.
He tenido la suerte de que la vida me ha permitido compartir experiencias con gente de la más diversa procedencia, económica, social y cultural, que no van unidas… ni de casualidad.
Entre ellos hubo gente que me ha decepcionado por su estrechez de miras y gente increíble con la que he compartido y comparto amistades firmes, conversaciones profundas, diversión incomparable, amores, fidelidad e ideales comunes. ¿Mi secreto? Es sencillo, no me fijo en “la ropa” que viste.