Esto es muy curioso, cuantas egosiones aquí vertidas como lágrimas de pena o de alegría, a veces con un punto de acidez, o con un punto agrio e inevitable, según se levante el sol esa mañana, según la naturaleza de los latidos del corazón, según las pesadillas que haya tenido esta noche…
Ahora mismo, el chico que vive conmigo me acaricia distraídamente pero con cariño absoluto, hay paz en mi corazón y estoy en mi hogar, en mi jugar seguro, después de una semana convulsa… hoy quizá duerma bien, pero seguro que estoy en paz…
Mis hijos duermen en paz… serenos, como yo
Pero mi semana convulsa pasó con un sabor agridulce… los momentos agrios los vamos a aparcar, que para sufrir ya están las plañideras… vamos a lo dulce…
Tras varias vicisitudes sanitarias que han tenido a bien producirse en verano, más la maternidad, a lo tonto, han pasado cuatro veranos sin ir «a las fiestas de mi pueblo», sin disfrutar de ellas. Y para quien no lo sepa, las fiestas del pueblo de uno, que has visto desde que naciste, y creciste, tienen mucha importancia, tanta que si no vas como que.. no te encuentras… allá donde estés, te preguntas que estará pasando…
Este año, he vuelto a casa..
En las fiestas del pueblo de uno, pasa una cosa muy curiosa, sobre todo si es «pequeñico» como el mío, su población aumenta de manera desaforada… por emigrantes cercanos… a Valencia, Teruel, Castellón, y Barcelona… y su hijos y nietos, emigrantes por la guerra civil, y por el hambre de la posguerra.
Pero de pronto, en agosto, llegan todos de golpe… y cruzar la calle mayor, siendo optimistas te cuesta alrededor de una hora, entre abrazos, besos, puestas en común sobre la vida de cada cual… cotilleos malidicentes sobre esta o aquella, o incluso aquel, que mira lo que ha hecho… Es inversamente proporcional el pequeño tamaño del pueblo, a las habladurías en el mismo.
Forma parte de lo que es… no es un encanto, pero es parte del mismo.
Para mi, principalmente el pueblo son familia y amigos, y como esta egosión habla de los últimos, pues a ello voy.
Tantos años de pueblo dan lugar a muchas amistades, y muy profundas en su mayoría, los grupos se van mezclando, crecen, cambian de actores, sobre todo en verano, en invierno somos los que somos, y esos generalmente y por razones obvias, son los amores mas profundos, y los «odios» mas hondos (entiéndase el término odio como falta de afinidad). Pero en verano, todos llegan o se van, quizás dejen de venir… se mezclan a ratos, y a ratos se van con otros, pero siempre nos juntamos en lugares clave, porque no hay lugar para pérdida. Si alguien falta se pregunta y siempre otro sabe darte razón… Es como los bailes tiroleses, que dan vueltas y vueltas pero simple vuelven al principio.
Los viejos amigos nos ponemos al día enseguida con una naturalidad pasmosa, aunque a veces hayan sorpresas… ya se sabe cambios de pareja, embarazos… carritos directamente con un bebé dentro, o dos…., gente a la que creías fea y se ha vuelto sino guapa si agradable de ver, o a la inversa… que es peor. Pero aunque las personas evolucionamos, realmente nada cambia de verdad, los que eran buenos lo son, los que eran malos también, las que eran pu… (ligeras de cascos, de mal vivir, libertinas) lo son y lo serán.
Una vez cada cual se ubica, y el gran grupo lo sabe todo del otro (en un día o dos) vienen las cenas, de grupos grandes donde como imanes, se juntan los más afines dentro de la tribu. Después de cenar empieza de nuevo el baile tirolés, pero durante la misma, quizá toque hacer la iniciación a algún indi@ nuevo, recién llegado al territorio… esos son los nuevos amigos.
Yo tengo muchos indios… desde que era pequeñita, miembro de la tribu, que también cambian, algunos desaparecen y otros llegan, pero quiero a todos mis indios, y sus inditos, que ya estamos en edad. Lo que adoro de mis indios es que si llega algún vaquero, siempre salen a tu encuentro… para ayudarte.
Mis amigos del pueblo son intocables, porque han sido mi vida durante veranos e inviernos, los de Bcn solo en verano o Semana Santa claro…
Emociona ver sobre todo, cuando nuestras familias, por las pequeñas o grandes rencillas que se producen en los pueblos no se hablan, pero las nuevas generaciones, a menudo saltamos ese peldaño y nos tratamos con absoluta normalidad.
Pero hay amigos, Amigos y AMIGOS… en la segunda categoría están los que de una manera u otra mantenemos contacto durante el año, a distancia o en presencia, son muchos, toda la pandilla, vosotros sabéis quien es quien, y os quiero a todos. La tercera categoría, a quien me conozca lo suficiente ya saben quienes son, dos, y vosotros dos también lo sabéis, gracias por existir, siempre ahí, siempre en la distancia, pero para todo… a un golpe de teléfono o de whatsapp… (que para entendernos es una versión moderna de las señales de humo)
Al pueblo gracias también por estar ahí como nexo de unión entre tanta gente que por muchas veces que se vaya… siempre regresa con cosas nuevas que decir, para despertar al pueblo de su letargo invernal.
En lo que yo soy, hay mucho , mucho de El Toro, pequeña villa de Castellón ya fronterizo con Teruel… tanto que si hablas valenciano (o aun más catalán te miran cúal marciano) Te quiero pueblito, porque yo soy por ti, en un… gran porcentaje de mi misma. El chico que vive conmigo dice, que cuando llego me transformo, hablo distinto, me comporto diferente… porque me acurruco en ti como en una cuna.
En ti y con mis amigos, he crecido, he hecho locuras, me he enamorado y desengañado, he llorado y he reído durante horas y horas, he paseado, he fumado y he…. (tampoco lo voy a contar todo)
Como algún Amigo va perdiendo memoria, he decidido recordar anécdotas graciosas o también entrañables, que ahora como tantas otras, con el paso de los años son egosiones…
Gracias El Toro….